lunes, 16 de diciembre de 2013

Bodas

Este año me tocó asistir a dos bodas que no podían ser más diferentes una de la otra.
La primera fue la de dos queridos amigos quienes después de años de vivir juntos y ser padres de un niño y una niña, decidieron unir sus vidas de otra manera no menos permanente. La segunda fue la de un primo mío con su novia de, aproximadamente, tres años.

Las dos fueron bodas por la iglesia, católica. Las dos seguían el tema "blanco y rojo". Hasta ahí llegan las similitudes y trataré de explicar aquí qué las hace tan distintas.

La boda de mis amigos era algo que todos los invitados sabíamos que sucedería algún día. Facebook nos había permitido, a quienes no los vemos tan seguido, saber que se habían "comprometido" y ver detalles de cómo estaban organizando el evento. Dos semanas antes de la boda mi amiga organizó su "despedida de soltera" a la cual asistí con algo de terror que dichos eventos me generan normalmente, pues, me parece una tradición que, en muchas ocasiones, raya en lo humillante. Ese día recibí la invitación formal a la boda: una hermosa bolsita de estraza con una galleta de la suerte dentro en la que estaba el boleto para entrar a la fiesta. Además los novios se encontraron una aplicación con la cual los invitados podían compartir las fotos que tomaran durante la boda.
Pero lo mejor estaba todavía por llegar: el día de la boda llegué temprano a la iglesia y pude estar en segunda fila viendo la hermosa ceremonia. En todas las bodas familiares a las que había asistido no recordaba haber observado el amor que vi ese día entre estas dos personas. Al decir sus votos a los dos se les quebró la voz y había un ambiente tan relajado y feliz entre ambos que no había de otra que sentirse contagiado por ello. Fueron, son, de esas parejas que cuando las vez dices "Eso es lo que quiero para mí". Irradiaban amor y no de manera cursi o empalagosa, sino de misma forma como imagino a las parejas clásicas de la literatura, naturalmente.
Después vino la fiesta y hacía mucho tiempo que no me divertía tanto como esa noche. Rodeada de amigos viendo a otros amigos cumplir con un sueño, me sentía muy feliz de formar parte de ese momento en sus vidas. Ellos habían hecho una fiesta para compartir con la gente que quieren y los quiere el hecho de haber elegido pasar el resto de sus vidas juntos.

La boda a la que asistí el viernes pasado no tenía nada que ver con lo anterior. Primero, fue una boda más "lujosa", repleta de detalles como botellas de burbujas con forma de novio y novia para echar a la salida de los recién casados de la iglesia y una presentación de fotos del noviazgo, incluyendo fotos posadas. Todo repleto de artificio y lujo, un poco excesivo para mi gusto. Creo que el mayor problema durante esa segunda boda, para mi, la pareja más enamorada no eran los novios en el altar sino los padres del novio, mis tíos. En la iglesia, durante la misa, mis tíos se sostenían de la mano y se miraban a los ojos con la certeza que da el amor de años. Después, en la fiesta se dedicaron a atender a sus amigos; quien organizo las mesas, había puesto a los amigos alejados de las familias, rodeados de extraños. Mis tíos los "rescataron" y se sentaron separados con tal de hacerles sentir bienvenidos y queridos. Cuando se pararon a bailar junto a los novios, estaban ellos más enamorados.
Me divertí poco y, honestamente no me sentía como en la anterior pues faltaba algo. Todo era tan... no tengo palabras. Falso, tal vez; sobreactuado y recargado, es posible. Lo extraño fue que, ante mis ojos, y después del ejemplo anterior, la pareja central de este evento no emanaban amor. No sé que es lo que había, pero amor, amor de ese que se ve y se siente nomás de verlo, ese no había. La novia dijo sus votos matrimoniales con voz tan baja que a penas se le escuchaba con todo y micrófono y el único que se veía algo emocionado era el novio, que más bien parecía nervioso.

No, no me sentí contenta en esa boda, y no porque sea una cínica, sino porque las bodas, me parece, que deberían ser hechas con amor y no con dinero. Casarse no es sólo una forma de recibir regalos y hacer una gran fiesta, o por lo menos no debiera serlo. Casarse es comprometerse ante otra persona a amarlo durante toda la vida, una promesa que no es fácil de cumplir y que, a veces, no se logra. La boda de mis amigos me dio gusto porque el amor estaba a la vista y era tangible. La boda de mi primo me dio tristeza porque el único amor visible no era el de los novios.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Día de Gracias

El Thanksgiving es una celebración gringa en la que la gente se reune a comer aquellas cosas que, supuestamente, habrían comido los primeros puritanos junto a los indios que los recibieron. Como diría Ichabod Crane en Sleepy Hollow (serie que, por cierto, si no la han visto vale mucho la pena): "en ese entonces no había azúcar para hacer una salsa, mucho menos un pay; y habrían comido venado no... pavo" (traducción libre).

Durante mucho tiempo me burle de este festejo pues me parecía un pretexto para comer en exceso y ver futbol americano. Pero he ido entendiendo el origen y la razón de esta fiesta y me parece que vale la pena considerarla como algo que vale la pena copiar o, mejor dicho, retomar. Un día dedicado a agradecer lo recibido. Un día dedicado a dar gracias, no a una persona, sino al universo (o a Dios, como lo quieran decir) por todo el bien recibido. La comida y el futbol son pretextos para dar gracias por tener una familia con la cual compartir, por tener amigos, por estar saludables, por tener comida y casa.

En el ir y venir del día a día a veces se me olvida dar las gracias. Olvido ser agradecida por las bendiciones recibidas de tantas formas y maneras. A veces incluso me enojo por no obtener lo que quiero, sin darme cuenta de que eso muchas veces es otra bendición. Así que es agradable tener un día dedicado sólo a dar gracias al universo por todo lo bueno y también por lo malo.

Si ya sé que uno debería ser agradecido todo el tiempo, todo el año, a todas horas. Es igual que el día de las madres o el día del amor y la amistad. Yo tengo mamá todo el año, no sólo el 10 de mayo (fecha en que se celebra en México) y a mis amigos los quiero y los celebro cada que tengo oportunidad. Pero así como guardamos un día para celebrar el amor y la vida, ¿por qué no guardar uno para dar gracias?

¿De qué tengo que estar agradecida el día de hoy? Uff... de tantas cosas. De tener todavía a mi mamá conmigo, pues, a pesar de las discusiones y problemas, honestamente, no sé que haría sin ella. De tener los amigos que tengo, a prueba de balas y cañones. De mi familia, tanto la de sangre como la adoptada. De mi salud, que este año tambaleó un poco y por lo tanto me hice más consciente de su cuidado. De mi trabajo, que a pesar de todo, me ha enseñado tanto y poco de eso tiene que ver con la edición. De haber reencontrado mi amor por la vida, por mi misma y por lo que deseo hacer. De estar a menos de una semana de la titulación. De la forma en que todo se ha ido alineando en los últimos meses. De la gente que he conocido en este año. De haber reingresado a Logosofía. De haber vuelto a ver a mi papá después de casi tres años. De que a veces el universo sabe mejor que yo lo que me conviene. De las citas postergadas y de los encuentros fortuitos. Sobre todo estoy agradecida de estar viva y de sentirme bien. Eso lo vale todo.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Volcán

Estoy lo suficientemente enojada en este momento que podría hacer explotar un país entero o por lo menos asesinar a alguien. Desde la ventana de la oficina puedo ver el Popocatepetl y el humo que lo corona y me siento familiarizada con el volcán. A veces mi enojo es así, una humareda que no me deja y que nubla mi cabeza.

¿Qué me hace enojar?
Muchas cosas. Admito que no soy la persona más paciente y la lentitud o ineptitud de alguien me puede poner muy de malas. Detesto los pretextos idiotas y el exceso de engaño. Entiendo la necesidad de mentir pero cuando es muy obvio me molesta. La gente grosera y maleducada, los que empujan en lugar de pedir permiso, los que no cumplen una cita o con su palabra. Pero todas esas cosas las puedo pasar por alto. La única cosa que nunca he podido entender, perdonar ni aceptar, es la humillación de cualquier tipo. 

Originalmente la palabra humillar tenía que ver con humildad, es decir, con el dejar de lado el orgullo ante otros. Pero la humillación se fue convirtiendo en una forma de castigo y de demostración de poderío: humillar se ha convertido en la forma de quitarle su dignidad a otros. La Historia esta repleta de ejemplos: desde los egipcios que humillaron a los judíos matando a sus hijos primogénitos hasta los nazis poniendo a "trabajar" a los judíos en campos de concentración sin poder, ni siquiera, limpiarse, comer o tomar agua.

En la actualidad los seres humanos hemos llevado la humillación a níveles insospechados: el hombre que maltrata a su esposa; el padre que regaña a sus hijos en público; la maestra que pone las calificaciones reprobadas en rojo ante toda la escuela; el jefe que hace menos el trabajo de sus empleados frente a los demás. Tantos y tantos ejemplos.

Hace mucho tiempo me propuse no hacer nada de eso. No quiere decir que no lo haya hecho alguna vez: es casi seguro que forzada por la situación, alguna vez humillé a alguien y no me siento orgullosa de ello. Pero no es intencional y jamás lo he hecho con premeditación. Cuando daba clases les entregaba calificaciones a mis alumnos uno por uno y nunca hacía publicos sus resultados, especialmente si eran negativos. Me gusta tratar asuntos personales de frente y de preferencia en un lugar privado. Todavía no he tenido a nadie que trabaje para mi, pero hago un esfuerzo por ser amable con mis compañeros.

Hoy alguien trato de humillarme y no me deje. Pero si me enoje, mucho. Tanto que pensé que por fin sería el día en el que mi volcán interno explotaría y mataría todo a su alrededor. Por segundos y lo hace. Al final de la historia, lo único que sucedió fue que perdí el poco respeto que tenía por la persona que lo intentó y no hay peor cosa para una relación (para cualquier tipo de relación) que perder el respeto. Cuando no respetas al otro ya no queda nada. Tal vez lo único que me queda es irme, partir y empezar de nuevo.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Amor perfecto

Amar es una de las cosas más extrañas que hacemos los seres humanos. No lo elegimos y rara vez es un evento tranquilo. Estamos acostumbrados, en general, a relacionar amor con tormentas y fuegos. Todos habrán escuchado alguna vez aquello de "el amor duele" e incluso hay la idea de que los amores más importantes son aquellos que "queman".

Estoy aprendiendo algo sobre el amor ultimamente: puede ser de muchas  maneras y presentarse de muchas formas. Puede durar toda la vida y puede terminar en un momento. Podemos amar a nuestros padres, hijos, hermanos, amigos, parejas. El amor no es único e indivisible. Y el amor es perfectible.

Casi siempre es un amor equivocado, en el que esperamos que la otra persona sea lo que queremos que sea. Esperamos casi sin aliento a que todo lo que anhelamos se haga realidad. A veces, pocas, sucede que la otra persona nos regala un atisbo de ese deseo, un pequeño rayo de esperanza del cual nos sostenemos cada vez que sucede todo lo contrario. Cuando por fin aceptamos que la realidad y nuestra ilusión son completamente diferentes es cuando rompemos las relaciones, viene el llanto, la decepción, el horror.

Ahora, eso no significa que el amor sea algo malo. Significa que el amor necesita no ser ciego, ni tuerto, ni loco. El amor necesita ver el todo y aceptar el todo. Al aceptar al otro (pareja, padres, hijos, hermanos, amigos) como es, con sus virtudes y deficiencias, con aciertos y errores, entonces amamos al otro como es. Yo amo a mis padres como son. Los acepto tal cual son, con sus errores y aciertos. Ya sé que mi papá jamás hará grandes demostraciones de amor y que mi mamá viene con una dosis extra de sensibilidad. Si, a veces me hacen enojar, y hay días en que prefieron no saber nada de ellos, pero nunca, nunca, dejo de amarlos.

Lo mismo me pasa con las parejas desde hace unos años. Cada hombre del que me enamoro lo hago con la conciencia de sus imperfecciones. Al contrario de cuando estaba adolescente –que me enamoraba el potencial de la persona, no la persona en sí– ahora me enamoro perdidamente de lo que alguien es.

Según mi psicólogo a esa forma de amar se le llama "amor perfecto" porque permite amar al otro sin juzgarlo ni exigirle que sea de una forma que no es. Es la versión más saludable del amor y la más difícil de conseguir en uno mismo y en los demás. En mi opinión, y según mi experiencia, es también la forma más honesta y absoluta de amar a alguien; es un amor que puede no tener fin, porque lo que amas es el todo, no sólo algunas partes. Pero también es la versión más difícil y compleja del amor, que puede confundirse con conformismo o con comodidad, y pienso que yo a penas estoy empezando a entender todas sus implicaciones.

miércoles, 16 de octubre de 2013

A Change Would Do You Good


Como dice la canción "un cambio te hará bien" y parece que para mi los cambios vienen en cascada últimamente.

¿Será el corte de cabello? Es algo que me pregunto muy seguido y muy en serio.

No... no creo que sea el corte de cabello, aunque parecería tener relación. O mejor dicho, el corte de cabello no es causa sino consecuencia de una serie de pensamientos que empezaron a tomar forma y por primera vez en muchos años me sentí impulsada a cambiar: cambiar mi vida, mi situación, mi futuro e incluso mi look.

Estoy cada vez más cerca de titularme y por primera vez me siento dueña de la decisión, después de muchos años de sentirme presionada a hacerlo. Ahora la presión no es de fuera sino de adentro de mi. Algo en mi interior me empuja a querer terminar con ese ciclo que tengo abierto desde hace tanto tiempo. Ya no importa que me detuvo sino que sigue. ¿Qué sigue?

Planes, muchos planes. Empezando por renunciar a mi trabajo. Buscar otras cosas más afines con lo que deseo hacer de mi vida. Después estudiar fuera, conocer el mundo, o una parte del mundo distinta a la que ya conozco. Irme lejos, tan lejos como me sea posible para poder crear nuevas historias y nuevos recuerdos. Aquí ya no hay nada que me ate y lo que dejaría serían mis raíces, un lugar para volver, una familia y amigos a quienes escribirles.

Quiero conocer gente nueva. Crear nuevos círculos de amigos. Estudiar cosas distintas en otros lugares. Nuevos idiomas, nuevas caras, nuevos lugares. Quiero cambiar el mapa en mi cabeza y no saber donde estoy.

El cambio me da miedo, no puedo negarlo. Pero sobre todo la sensación que tengo es de... ansiedad. Quiero que suceda y quisiera que fuera ya, hoy, mañana a más tardar, no dentro de tres meses o un año. Ahora. Y tal vez por eso es que me corté el cabello, porque es un cambio inmediato. También por eso estoy regalando mis libros, discos y dvd. Sacando ropa que ya no uso, no me queda o no me gusta. Me estoy deshaciendo del peso y soltando amarras. Porque por primera vez quiero cambiar y sé que me hará bien.

Miedo

Es la sombra que se esconde bajo la cama y tras los armarios. Es la fuerza que nos obliga a mirar hacia abajo desde grandes alturas para después dejarnos agarrados de algo. También es esa sensación en la boca del estómago cuando se toma una decisión importante. Es ese no-sé-qué que hace a hombres adultos regresar sobre sus pasos o a mujeres independientes admitir un yugo inesperado.

El miedo.

Todos tenemos miedo. Eso es algo que me queda muy claro en la vida. El miedo es, en principio, una reacción natural de supervivencia: si algo me da miedo es probable que sea dañino para mi así que intento evitarlo. Supongo (conste que no soy antropóloga) que empezó en la era de las cavernas cuando el hombre se movía y actuaba por instinto; si su instinto decía ¡peligro! le ponía atención porque significaba vivir un día más.

Pero, en algún momento, el hombre empezó a afrontar el miedo y a salir de su caverna y cazar animales más grandes y prender fuego. Empezó a vivir. 

Siguiendo con las suposiciones, me imagino que el instinto de supervivencia continuo estando ahí y algunos hombres decidieron hacerle más caso que otros. Así surgió la famosa "zona de comfort" que en realidad no es otra cosa que una caverna en la cual uno esta cubierto de los peligros externos. A veces es una caverna mental, otras es el trabajo o la escuela, la casa familiar, una relación de pareja o un hábito. Dejar la caverna, la "zona de comfort" es la decisión más difícil en la vida de un ser humano, porque nos obliga a enfrentarnos con nuestros miedos. Con los fantasmas debajo de la cama, con la posibilidad de ser lastimados o de no lograr lo que deseamos.

Yo tengo miedo. Últimamente me doy cuenta de cuanto miedo tengo por las pocas, muy pocas, horas de sueño que logro reunir en una noche, por el vacío que tengo en la boca del estómago y por las historias de terror que me cuento a todas horas. Me dan miedo los planes que estoy haciendo y me encuentro buscándole una hebra suelta al tejido. Pero ya no puedo seguir siendo Penélope, no puedo seguir tejiendo el mismo tapiz una y otra vez, esperando que alguien regrese (o llegue) para volver a empezar mi vida. Es extraño, con lo mal que me cae Penélope (la del mito no la de la canción, esa me da pena) y me vengo a dar cuenta de que he caido en su mismo enredo. Pero yo no espero a un marido que se fue a la guerra y no regresó. Yo espero... ya no lo sé. Supongo que si esperaba a alguien, alguien que no regreso por mi, pero después de un tiempo de esperar se me hizo costumbre y me quede tejiendo la misma historia. Tanto así que casi me convenzo de que esa era mi razón de ser y la actividad de mi existencia.

Miedo. Por momentos me encuentro regresando a tejer (conste que es una metáfora, yo no tejo ni una bufanda en realidad), pero me doy cuenta de que pierdo el hilo. A pesar del miedo, de ese terror nocturno que me hace aferrarme, yo sé que lo que hay afuera, lo que sigue después, no puede ser peor que el estar amarrada a la nada.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Llorar

Llorar es un acto tan humano y personal.
Los seres humanos lloramos desde el primer día y durante nuestros primeros meses de vida, el llanto es nuestro medio de comunicación más efectivo. Después aprendemos a hablar y entonces las lágrimas se convierten en un actor secundario, en un medio para obtener algo o en la manera de expresar aquello para lo que las palabras de nuestro vocabulario no alcanzan a cubrir. En algún punto de la vida aprendemos a aguantar el llanto como señal de fuerza, como si dejar de llorar nos hiciera capaces de aguantar más. Pero siempre, sin excepción, regresamos al llanto.

Yo aprendí hace muchos años a aguantar mis lágrimas y guardarlas en algún rincón de mi cuerpo. Mi abuelita lo hacía y mi madre lo hace. Las mujeres de mi familia son de llorar poco y de manera discreta. Nada de ponerse a berrear en medio de un funeral o llorar a mitad de una boda. Yo siempre he sido un poco más llorona que ellas, supongo que como en todo, el gen ha ido disminuyendo su influencia. De todas formas cuando fue el velorio por mi abuelita mi madre me dijo "ni una lágrima" y ni una sola salió de mis ojos, por lo cual ayer, en medio de una misa de comunión el agua fluyó por mis mejillas y por más que intenté no pude dejar de hacerlo. Fue un llanto callado, pacífico, en honor de mi abuelita que habría sido feliz de estar ahí con nosotras y de convivir con su familia.

Después, mucho después, horas después en un momento que parecía sacado de otra vida, llegué a mi casa y  me puse a llorar. Ahora si lloré con todo mi cuerpo, con mi voz y con mis ojos. El llanto era desgarrador e imparable. Una ola de sentimiento que inundó mis ojos y mi cuerpo y no me dejo ya en toda la noche. Por momentos lograba detenerla pero después regresaba, a veces calmada y en otras como tromba. Mi cuerpo se deshacía de todo el peso guardado durante meses, años tal vez. Lloraba por mi, por las cosas que deseo y que no he hecho, por la vida que quiero vivir y que a veces parece lejana, por las mentiras y los engaños, por la ilusión rota y la realidad tan absoluta. Lloré por tantas cosas a la vez, parecía algo de nunca acabar. Pero al final se me terminaron las lágrimas y pude dormir unas cuantas horas. Dormí poco y no muy bien, pero me siento fuerte y tranquila. Era un llanto necesario, útil y contenido por demasiado tiempo.

Una amiga mía dice que el llanto contendio se convierte en agua estancada y me pregunto si no sería el caso con mis lágrimas. Lágrimas guardadas por meses, talvez años, que por fin encontraron una grieta y la convirtieron en puerta. Hoy me siento tranquila, libre. Sin pantanos ni charcas en mi interior. Con la calma de quien sabe a donde va y que es lo que quiere.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Cambio ¿de look?

La semana pasada tome una decisión: me corte el cabello.

No fue un corte ahí cualquiera, ni un despunte. Fue un corte absoluto. Llevo cuatro días con un corte tipo gamine o pixie o como le quieran decir. Lo sé, no hay nada maravilloso respecto a un corte de cabello, excepto que pareciera darle al resto del mundo permiso para comentar al respecto.

Ha sido extraño como el hecho de cortarme el cabello le da permiso a las personas de preguntarme algo. Los comentarios van desde el "¿Te cortaste el cabello?" (que me genera la respuesta de "No ¿en serio?" en mi interior) hasta comentarios respecto a como la forma de mi cara, mi tipo de cabello o un no-sé-que-que-sé-yo que me hace ver muy bien con este corte. Gente que normalmente no me saluda ni me dirige la palabra se siente con el derecho (¿o la obligación?) de comentar lo bien que me va mi nuevo corte de cabello. También están los comentarios de "¿cómo pudiste?" y el "¡qué valor tienes para hacer un cambio así!" provenientes de todo tipo de gente, desde mi vecina, la chica del piso de arriba o la del café al que voy en las mañanas.

¿Me volví más amigable con el corte de cabello o será que nos sentimos con el derecho de comentar sobre la vida de otros cuando hacen algún cambio importante?
En otra dimensión pero dentro del mismo tema, me recuerda a cuando mi hermana se casó. Después de casarse lo primero que la gente le preguntaba era ¿Para cuándo los hijos? Como si uno sólo se casara para procrear. Pero además no sólo lo preguntaban amigos o familiares, también conocidos, compañeros de trabajo, amigos de amigos. Parecía que el casarse le hubiera dado permiso a la gente a preguntar sobre algo íntimo, personal y que no les importa en lo más mínimo. Igual que con mi cabello, una decisión de vida se convierte de pronto y sin avisar en un asunto público y de interes general. 

Pero además hay otra cosa que me ha sucedido con el corte de cabello: la cantidad de comentarios "positivos", halagadores incluso, pero dichos siempre con una pequeña duda detrás de las palabras. El miedo que genera el cambio, ya sea en nosotros mismos o en los otros. Vuelvo a que el corte de cabello no es el tema, el tema es que cualquier cambio abrupto genera una reacción. ¿Han escuchado hablar a sus compañeros de trabajo cuando alguien más renuncia o consigue un mejor trabajo? Siempre es un "me da mucho gusto por x, pero nos va a extrañar" o "pues ojalá le vaya bien porque según escuché..." y así. Comentarios de gusto bañados en miedo y en la esperanza de que el que se va, el que cambia, no le vaya bien, no porque le deseen mal, sino porque así se sentirán redituados en su aversión al cambio. Es una especie de "ves, por eso yo no me muevo, porque si te mueves te va así". Por eso no nos cambiamos de casa, o de trabajo, o de puesto. Por eso nos cortamos el cabello de la misma manera durante años. Por eso mantenemos los mismos hábitos aunque nos sean perjudiciales. Porque cuando el otro realiza algún cambio, especialmente un cambio obvio, importante o no, es un recordatorio de todo lo que sigue estático dentro de uno.

Esto me sirve de recordatorio para que la próxima vez que alguien cercano a mi haga algo drástico y definitivo con su vida no caer en las preguntas obvias ni en los comentarios fuera de lugar. También me recuerda que el cambio, por pequeño que sea debe traer más cambio detrás. De otra manera  se vuelve una anécdota más. 

lunes, 19 de agosto de 2013

Carta

Te escribo aquí porque sé que no lo leeras pero necesito escribirte como si en ello se me fuera la vida. Necesito decir las cosas que me callo, las que guardo en mi garganta y que después me la cierran dejándome en silencio.

No sé qué sucedió. En verdad que no. Sé que compartimos un instante de comunión. Fue agradable y despertó en mi sensaciones y pensamientos que tenía olvidados. Me ayudaste a recordar que dentro de mi hay alguien vivo, una mujer capaz de sentir pasión, deseo... ¿amor? No, no todavía. Para ese momento lo más que podría decir que sentía era cariño y no me diste oportunidad de sentir más de eso. Me cerraste la puerta en las narices y me dejaste esperando por la promesa de algo más. Trate de darte espacio, de entender y me quedé callada. Tal vez ese fue mi error, el silencio, como si no fuera importante que de un día al otro cambiaras de actitud conmigo y en un momento me encontrara ante la nada y sin respuestas.

Admito que no supe qué preguntarte ni cómo hacerlo. Las preguntas que se me ocurrían iban por la línea de ¿Por qué cambiaste de opinión? ¿Cambiaste de opinión? ¿Hice algo que te molestara o te diste cuenta de momento que yo no era la persona "correcta"? ¿Por qué no te quedaste callado y dejaste las cosas como estaban? ¿Para qué abrir algo si después lo vas a dejar con la puerta entreabierta?... Así por el estilo y sin embargo no me atreví a preguntar cuando pude. Sospecho que ahora ya es muy tarde. Muy, muy tarde.

Entre más le doy vueltas en mi cabeza (y sí, le doy muchas vueltas a las cosas) más me digo que no hice nada mal, que fui lo más correcta posible y que traté de jugar el juego según las reglas. Después me doy cuenta de que en realidad yo estaba jugando sin saber las reglas, así es muy posible que halla cometido una falta sin darme cuenta. No importa. He seguido siendo igual contigo, a pesar de todo. He seguido estando ahí y he tratado de no cambiar mi comportamiento. Tu has cambiado y lo sé. Tu has dejado de ser amable y afectuoso. Tu has cambiado el tono y los pasos del baile. Yo me dejo guiar porque, honestamente, no sé que diablos está sucediendo.

Supongo que todo esto es para decir que el peor error que cometí fue no hablar, no decir nada y no preguntar. Ahora se quedaran los residuos de mis dudas por ahí hasta que llegue alguien más y yo pueda olvidar que alguna vez tuve ganas de preguntarte algo. Hay una parte de mi mente que sospecha que tu insistencia en omitir el episodio y al mismo tiempo no cerrar las cosas de forma definitiva es una manera de dejar una puerta abierta, a lo mejor no una puerta, sólo una ventana, no lo sé. El asunto es, yo, en mi manera absoluta de ver el mundo, pienso en la puerta, y esta historia, como algo cerrado, con llave y cerrojo. Yo le pongo punto final a algo incompleto porque no tiene sentido dejarlo en suspenso. Si mis sospechas son ciertas y como lo dicta la experiencia habrá un segundo round que sea desde cero y habiendo aprendido algo.

Termino esta carta diciendo que te extraño. Extraño tus mensajes y tu mirada. Extraño tus besos hambrientos y tus manos que buscaban algo sin encontrarlo. Extraño platicar contigo como si fueramos amigos de toda la vida y como si pudiera contarte mis secretos más íntimos y personales. Ojalá tu sepas que sucedió y entiendas tus por qués. Yo sólo sé, como Sócrates, que no sé nada y por lo tanto todavía puedo aprender.

viernes, 2 de agosto de 2013

Cosas que traigo en mi cabeza

¿Para quién escribo?

Para mi y para quien se decida a darse una vuelta por aquí.

Escribo para entenderme y explicarme cosas. Escribo para desenmarañar lo que sucede en mi cabeza, todos esos pensamientos que a veces parecen llevarme al abismo. Escribo para tratar de enteder el mundo que me rodea y para saber quien soy un poco mejor. Pero, a veces, ni siquiera escribiendo una novela podría escribir todo lo que sucede.

Mi país se esta destruyendo a sí mismo una persona a la vez. Trabajo en una industria que cada vez tiene más problemas para crecer y conectarse con su mercado. El dinero alcanza para menos cosas. Enfermarse es un lujo y morirse está casi prohibido. Aún así mi mayor preocupación es si recibiré el mensaje que espero o si volvere a ver a una persona. En este instante estoy toda ansiosa porque volvere a ver a mis mejores amigas después de un par de meses alejadas una de la otra.

Al final del día todo se resume a eso: las relaciones humanas, aquellas que se forman entre una persona y otra, su existencia y su muerte. Si, las muertas de Juárez son importantes pero no son algo que este en mi cabeza durante el día. Es cierto el narcotráfico y la falta de una solución que en realidad funcione es algo para preocuparse, pero no es algo con lo que yo vivo todos los días. La crisis económica, la caída de los grandes bancos del mundo, los cambios geo-políticos me afectan, si, pero ninguno me tira al suelo como tener el corazón roto.

No, no tengo el corazón roto. No más de lo normal por lo menos. Pero si tengo dudas y me pregunto cosas sobre el sexo opuesto. Como mujer joven de 31 años, después de varios de esos años saliendo con hombres, sigo sin entender nada. O tal vez el problema está en los hombres que elijo para salir. No estoy segura de ello. Lo único que sé en este momento es que en verdad no sé nada.

Pienso que el mayor problema entre hombres y mujeres es la falta de comunicación: nunca decimos nada. Cuando por fin hablamos en realidad lo que hacemos es gritar, gritar todo aquello que tenemos callado en el fondo. Si hablaramos más tal vez sería más fácil hacer cosas juntos. Tal vez.

miércoles, 31 de julio de 2013

Gato

Cuando era niña mi mamá decía que yo era como un gato. Casi no hacía ruido, me metía en lugares y situaciones de peligro y siempre parecía que tenía más de una vida. Yo agregaría que como los gatos, siempre caigo de pie (metafóricamente hablando), no soy fácil de querer y doy mi cariño a todo aquel que me parezca, hasta que me hacen algo y entonces prefiero dar la media vuelta. También soy sincera con mis afectos pero como buen minino a veces muerdo para decir "te quiero". 

El gato es un animal milenario con mala fama. En la antigüedad se le adoraba como a un dios y se le otorgaron cualidades mágicas de compañía al otro mundo después de la muerte. Con el tiempo su sigilo y calma, sus ojos brillantes y su actitud ante la vida los llevo a convertirse en símbolos de lo oscuro y negativo. Al gato siempre se le ha vinculado con lo femenino y como ese concepto en algún momento a un hombre se le ocurrió que ambos (el gato y lo femenino) eran producto del diablo y debían ser destruidos. A muchas mujeres se les acusó de brujas por tener uno o más gatos en casa y hay un caso de la inquisición en el que quemaron a los gatos de un pueblo junto a sus brujas. 

Ser mujer y ser gato. Yo sí traigo todas las de perder. Aún así me siento afortunada y en los últimos años he ido aprendiendo que ser mujer, formar parte de lo femenino, es un regalo que se desperdicia con mucha facilidad. En algún punto de la historia alguien asoció lo femenino con la debilidad, el dolor y la tristeza, y lo masculino con la fuerza, la alegría y la supervivencia. La realidad es que las mujeres somos tanto o más fuertes que los hombres, afrontamos la vida con mayor entereza y nos amargamos menos con el paso de los años. Ser mujer es un regalo que se nos olvida ver como tal y nos quejamos de el como sí fuera un castigo. Sangramos una vez al mes durante aproximadamente 35 años seguidos, damos a luz de manera dolorosa y nos educan para sentir más y con más fuerza. Pero todas estas cosas que vemos como castigo en realidad son parte del regalo: aprendemos a sentir dolor a muy temprana edad y vivimos con el de forma continúa para que no nos tome por sorpresa; damos vida con todo nuestro ser y la naturaleza es tan sabia que olvidamos el dolor después de haber parido; nuestra sensibilidad está en contacto constante con nosotras, nos aconseja y nos lleva de la mano y, si la dejamos hacer, nunca se equivoca. 

Yo no quiero ser hombre, ni parecerme a uno. Yo. Que conste aquí que es una decisión unitaria y personal. Quiero qué como mujer mis derechos sean respetados y mi persona tratada con afecto. Quiero saber que cada día son menos las mujeres a las que no se les permite el conocimiento, la educación, el amor y el respeto. Quiero el derecho de hacer uso de mi cuerpo como yo considere correcto y que nadie más se sienta con el derecho de decidir por mi. Quiero seguir siendo gato y caer de pie, y ser curiosa y buscar rincones donde el sol brilla todavía. 

martes, 30 de julio de 2013

Volver a correr

Haruki Murakami tiene un hermoso libro de ensayos llamado "En que pienso cuando pienso en correr" y hoy me acordé tanto de él.

Correr ha sido un misterio para mi desde la infancia. Cuando era niña no podía correr bien porque estaba condenada a usar unos horribles zapatos ortopédicos que pesaban más que el resto de mi cuerpo y con los que me tropezaba casi todos los días. El día que por fin me los quitaron pedí dos cosas: unos zapatos "de niña" y unos tenis. A partir de ahí comencé a correr. Primero me costaba trabajo y honestamente no era la cosa más agraciada al hacerlo, pero la sensación, esa libertad absoluta y esa posibilidad de escape se convirtieron en mi más grande anhelo.

Soy una corredora mediana. Es decir corro poco, me canso rápido y todavía no me atrevería a correr un maratón. Pero amo correr. Y desde hace una semana lo estoy volviendo a hacer con un nuevo significado. O, mejor dicho, con el mismo sentido que tenía hace 7 años cuando corría 4 kilómetros diarios: encontrar ese espacio en mi que es tan propio, tan personal que nadie puede quitármelo. Es mi momento de comunión con Dios y conmigo y por segundos el mundo a mi alrededor deja de ser importante y lo único que escucho es la música en mis oídos y el suelo bajo mis pies. No hay más.

El título de este blog es "volver" a correr, no sólo refiriéndome a la acción en sí, también al sentimiento que la acompaña. Corro para mi, para estar bien conmigo, para sentirme libre y tranquila. Corro para quitarme de encima el exceso de adrenalina y para pensar con claridad. Corro para detenerme un momento en el tiempo. Lo más importante es que no quiero detenerme, no quiero dejar de moverme.



jueves, 25 de julio de 2013

When I grow up...

Cuando crezca. Cuando sea grande.

Crecer, madurar, ser adulto ¿qué implica? Llegar a la vida adulta y aceptar sus ventajas y desventajas no es sencillo. Cuando se es adolescente la vida adulta parece un premio, significa llegar al punto en la vida en el que se tiene dinero, amigos, zapatos que uno elige y fiestas por montón. No hay nadie que controle la hora de llegada ni castigue por no limpiar la casa. Pero en esa fantasia no se toman en cuenta todas las otras cosas: pagar impuestos, tener una casa, casarse, tener hijos, no casarse y no tener hijos, trabajar 8 horas diarias, comer en cajitas de plástico o comida en la calle, no tener tiempo para ver a los amigos y cuando hay tiempo el cansancio es mayor que cualquier intención de fiesta.

¿Qué significa entonces ser adulto? A veces creo que ni los mismos adultos, aquellos que llevan años siéndolo, lo saben exactamente. Ves gente mayor de 50 años comportándose como adolescentes y adolescentes cuidando a sus padres o hermanos. Así que la edad no debe tener mucho que ver en el asunto. Pienso que se relaciona con ser responsable de uno mismo y de otros. También con tomar decisiones, decisiones importantes, no sólo saber qué se va a cenar. Decisiones como si se compra una casa, si te casas o no, si tienes un hijo o no, si trabajas, de qué y en donde.

¿Soy un adulto? Honestamente, a veces. Pero la realidad, mi realidad es que la mayoría de las veces no tengo la más mínima idea de como hacer las cosas. Es cierto que la vida me ha puesto en situaciones en las que he tenido que tomar decisiones importantes, pero a veces me pregunto si la decisión que tomé era la correcta o sólo me deje guiar hacía ella. Admito que mi impulsividad y mi instinto muchas veces han tomado las riendas de mis acciones y los resultados no siempre han sido los mejores; incluso, muchas veces, he tardado más tiempo recogiendo el tiradero que dejaron en mi vida después de hacer destrozos. Sin embargo, me hago responsable de mi, de mi salud y de mi vida, trabajo, me alimento, me cuido lo mejor que puedo. Y desde hace un tiempo soy responsable de otra vida: un pequeño (ya no tanto) gato. Si lo sé, un gato no es lo mismo que un hijo, pero me ha obligado a ver la vida desde otro punto de vista. Sé estar sola, conmigo, y mi compañía es una que disfruto inmensamente.

También cometo errores. Muchos. Por momentos me pregunto si he aprendido algo de los errores pasados, si algo de sabiduría milenaria se me pegó después de tanto trancazo. Pienso que si. Algo he aprendido. Talvez no mucho o no tanto como quisiera. A veces sospecho que soy mi peor consejera. Tal vez, cuando crezca, sepa utilizar lo aprendido a mi favor y deje de darme tantos trancazos en el dedo chiquito del pie.



miércoles, 23 de enero de 2013

En el espejo

No recuerdo si ya alguna vez escribí aquí sobre mis problemas de auto-percepción. Tampoco es que sea tan difícil de creer: tengo 31 años, estoy soltera, tengo sobrepeso. Mi autoestima es (¿era?), oficialmente, un asco.
Durante los últimos 5 años me he construido una muralla de auto compasión que da gusto ver. Recuperar la fuerza de voluntad para poner mi cuerpo en movimiento de nuevo me costó cuatro de esos cinco años. En el último año he ido recuperando mi amor por el movimiento, por el ejercicio y mi control con la comida. Creo que ya lo había comentado antes: soy comedora compulsiva. No tomo alcohol, no me drogo y hace tiempo no fumo. Pero en momentos de absoluta desesperación me puedo comer una bolsa entera de papas o una caja de galletas, y no, no exagero.
Extrañamente nunca he caído del otro lado. Nunca me ha llamado la atención matarme de hambre por meses o vomitar todo lo que haya ingerido. Conozco qué son la anorexia y la bulimia, las he visto actuar, conozco gente que se mueve en la orilla de ambos mundos. Pero nunca me han llamado. Supongo que son sirenas cuyo canto no me atrae.
¿A qué viene todo esto? A que desde hace tiempo me vengo cuestionando respecto a la idea que cada quien tiene de si mismo, pero también respecto a como las acciones de otros (conscientes o no, intencionales o no) pueden afectarla.
Ayer leía una nota sobre un sitio de chismes que atacó a una modelo, específicamente la nueva modelo del Sports Illustrated, diciendo que es una mujer gorda. Cuando lo leí y vi la foto de la chica, Kate Upton es su nombre por si alguien lee esto y tiene la intención de buscarla en google, me reí pero también me preocupé. ¿En qué mundo vivimos cuando una mujer delgada y saludable es llamada gorda? ¿Dónde quedamos aquellas que estamos del otro lado de la talla 8 (que en algunas marcas es considerada como talla "grande")?
Hablo en femenino porque es de lo que sé, aunque conozco hombres con el mismo problema y la misma discusión interna. Comer ensalada todos los días y subir escaleras para no subir de peso porque "no es atractivo". También creo que los hombres la tienen un poco más fácil, o por lo menos yo he visto muchos hombres con sobrepeso que tienen novias guapas.
Pero el asunto va más allá y se encuentra alojado en algo llamado amor por uno mismo. Porque lo de menos es estar delgada si cuando me vea al espejo seguiré viendo fallas y faltas. Porque hay hermosas mujeres con curvas y pancita que se tratan con tal amor que no queda otra más que quererlas. El asunto está en si me quiero como soy, con lo que tengo y con lo que veo día a día. Si no me quiero yo, así en mi peor momento, ¿por qué alguien más va a tener que hacerlo? Pero aun más importante: si no me quiero así ¿de verdad me querré más con 20 kilos menos y abdomen de acero?

Es aquí cuando bajar de peso es lo menos importante (y conste que no estoy diciendo que no es importante, sólo que deja de ser LA razón de ser). Lo importante es amarme con todo lo que tengo. Y si me amo, también voy a querer estar bien, no delgada, si no saludable. Bien. Es como dice una página de internet "Healthy is the new Skinny" ("Saludable es el nuevo estar delgado"). El asunto no es estar en un peso "ideal", es que donde este me sienta bien yo, conmigo.

Gripa

Escribir sobre la gripa, que imaginativa ando hoy ¿no?
En realidad lo que traigo es la mente agripada, el cuerpo agripado y la obligación de venir al trabajo a cuestas. Esa sensación embotada en la que todo parece tener otra resonancia y otro ritmo. El mundo continúa en movimiento pero ante mis ojos todo se mueve lenta y pausadamente. Incluidos mis pensamientos, que tratan de tomar decisiones y mover las cosas, pero mi cuerpo no responde o responde así, lento.
Gripe, resfriado, tos. Las enfermedades típicas del invierno parecen creadas para obligar al ser humano a descansar. Sólo durmiendo y descansando en casa se logra uno recuperar. Trabajar con gripa es complejo, pues la reacción de mi cuerpo es dormir, descansar, no tratar de resolver problemas o tomar decisiones.
Dicen que mi gripa es emocional. O resultado de haberme relajado después de mucho estres. También puede ser culpa del cambio de clima, o, como una compañera del trabajo no se cansa de repetirme, por salir con el cabello mojado de mi casa. O talvez sea, como dice mi bruja de desconfianza, que hay cosas que no digo y por eso se me cierra la garganta. Es posible que sean todas juntas.

martes, 1 de enero de 2013

Fin de año

Aquí estoy, en los últimos minutos del 2012, escribiendo en este tan abandonado blog.
¿Cómo ha sido este año? Interesante, repleto de emociones y de altibajos. Todavía no termino de reponerme del último empujón de 2 meses que hubo en el trabajo, ni de las emociones encontradas. No fue un mal año, pero tampoco fue todo lo que yo esperaba hace 364 días. El tiempo fue menos de lo que yo necesitaba, el trabajo mucho, los amigos presentes, la familia uniéndose. Pero logré algo que pensé estaba perdido: re-encontrar mi camino en la vida.
Me di cuenta de que había estado sujeta a los sueños de cuando tenía 20 años, aun cuando ya no estaba segura de que esos sueños fueran lo que más deseaba en la vida. Aceptar que la vida que quiero es otra, aceptar que necesito moverme para conseguirla, aceptar que ya no soy una niña de 25 años. Dejar ir. Esa fue otra lección de este año. Cerrar ciclos. Aceptar lo que se tiene y lo que no dejarlo fluir. Entendí que la vida me tiene reservadas cosas mejores, si yo decido trabajar para conseguirlas.
Este año decidí hacerme cargo de otro ser vivo, mi gato Teo, algo que nunca había hecho. Ha sido todo un reto, y todo un logro. Mi instinto materno y protector se despertó de su letargo y salió a saludar al sol. Admito que disfruto las tardes en que Teo se queda dormido abrazado a mi o sobre mi estómago. También admito que a veces extraño mi absoluta soledad, pero agradesco su existencia en mi vida, porque me obliga a levantarme todos los días y a preocuparme por algo, alguien, más.
Tal vez la lección más dura, difícil y hermosa de este año, fue aprender a querer a la persona que soy y dejar de esperar que algún día voy a despertar siendo otra. Amo a quien soy, con los kilos de más, con las sombras bajo los ojos y el gusto por la ropa vieja. Amo mis gustos musicales eclécticos y mi estilo tan particular para vestir. A veces pienso en sí podré ser de otra manera y la respuesta es si, pero entonces ¿seguiría siendo yo? Aprender a estar conmigo, pero aún más importante, a querer estar conmigo y admitir que soy la mejor compañía que puedo tener cuando nadie más está a mi lado.
Este día, mientras suenan los cuetes y fuegos artíficiales, mientras otras personas celebran en familia, yo estoy aquí, escribiendo. Y tomando vino rosado espumoso. Recibo el año conmigo y con la certeza de que no estoy sola y mi soledad no es un castigo, sólo es una parte más de la vida que he decidido vivir.
Feliz 2013. Feliz vida. Feliz nueva era. Que encuentren lo que buscan y tengan lo que quieren. Pero más importante, les deseo que si se encuentran con su propio reflejo en el espejo no les de miedo, sino gusto y alegría.