lunes, 16 de diciembre de 2013

Bodas

Este año me tocó asistir a dos bodas que no podían ser más diferentes una de la otra.
La primera fue la de dos queridos amigos quienes después de años de vivir juntos y ser padres de un niño y una niña, decidieron unir sus vidas de otra manera no menos permanente. La segunda fue la de un primo mío con su novia de, aproximadamente, tres años.

Las dos fueron bodas por la iglesia, católica. Las dos seguían el tema "blanco y rojo". Hasta ahí llegan las similitudes y trataré de explicar aquí qué las hace tan distintas.

La boda de mis amigos era algo que todos los invitados sabíamos que sucedería algún día. Facebook nos había permitido, a quienes no los vemos tan seguido, saber que se habían "comprometido" y ver detalles de cómo estaban organizando el evento. Dos semanas antes de la boda mi amiga organizó su "despedida de soltera" a la cual asistí con algo de terror que dichos eventos me generan normalmente, pues, me parece una tradición que, en muchas ocasiones, raya en lo humillante. Ese día recibí la invitación formal a la boda: una hermosa bolsita de estraza con una galleta de la suerte dentro en la que estaba el boleto para entrar a la fiesta. Además los novios se encontraron una aplicación con la cual los invitados podían compartir las fotos que tomaran durante la boda.
Pero lo mejor estaba todavía por llegar: el día de la boda llegué temprano a la iglesia y pude estar en segunda fila viendo la hermosa ceremonia. En todas las bodas familiares a las que había asistido no recordaba haber observado el amor que vi ese día entre estas dos personas. Al decir sus votos a los dos se les quebró la voz y había un ambiente tan relajado y feliz entre ambos que no había de otra que sentirse contagiado por ello. Fueron, son, de esas parejas que cuando las vez dices "Eso es lo que quiero para mí". Irradiaban amor y no de manera cursi o empalagosa, sino de misma forma como imagino a las parejas clásicas de la literatura, naturalmente.
Después vino la fiesta y hacía mucho tiempo que no me divertía tanto como esa noche. Rodeada de amigos viendo a otros amigos cumplir con un sueño, me sentía muy feliz de formar parte de ese momento en sus vidas. Ellos habían hecho una fiesta para compartir con la gente que quieren y los quiere el hecho de haber elegido pasar el resto de sus vidas juntos.

La boda a la que asistí el viernes pasado no tenía nada que ver con lo anterior. Primero, fue una boda más "lujosa", repleta de detalles como botellas de burbujas con forma de novio y novia para echar a la salida de los recién casados de la iglesia y una presentación de fotos del noviazgo, incluyendo fotos posadas. Todo repleto de artificio y lujo, un poco excesivo para mi gusto. Creo que el mayor problema durante esa segunda boda, para mi, la pareja más enamorada no eran los novios en el altar sino los padres del novio, mis tíos. En la iglesia, durante la misa, mis tíos se sostenían de la mano y se miraban a los ojos con la certeza que da el amor de años. Después, en la fiesta se dedicaron a atender a sus amigos; quien organizo las mesas, había puesto a los amigos alejados de las familias, rodeados de extraños. Mis tíos los "rescataron" y se sentaron separados con tal de hacerles sentir bienvenidos y queridos. Cuando se pararon a bailar junto a los novios, estaban ellos más enamorados.
Me divertí poco y, honestamente no me sentía como en la anterior pues faltaba algo. Todo era tan... no tengo palabras. Falso, tal vez; sobreactuado y recargado, es posible. Lo extraño fue que, ante mis ojos, y después del ejemplo anterior, la pareja central de este evento no emanaban amor. No sé que es lo que había, pero amor, amor de ese que se ve y se siente nomás de verlo, ese no había. La novia dijo sus votos matrimoniales con voz tan baja que a penas se le escuchaba con todo y micrófono y el único que se veía algo emocionado era el novio, que más bien parecía nervioso.

No, no me sentí contenta en esa boda, y no porque sea una cínica, sino porque las bodas, me parece, que deberían ser hechas con amor y no con dinero. Casarse no es sólo una forma de recibir regalos y hacer una gran fiesta, o por lo menos no debiera serlo. Casarse es comprometerse ante otra persona a amarlo durante toda la vida, una promesa que no es fácil de cumplir y que, a veces, no se logra. La boda de mis amigos me dio gusto porque el amor estaba a la vista y era tangible. La boda de mi primo me dio tristeza porque el único amor visible no era el de los novios.