jueves, 28 de noviembre de 2013

Día de Gracias

El Thanksgiving es una celebración gringa en la que la gente se reune a comer aquellas cosas que, supuestamente, habrían comido los primeros puritanos junto a los indios que los recibieron. Como diría Ichabod Crane en Sleepy Hollow (serie que, por cierto, si no la han visto vale mucho la pena): "en ese entonces no había azúcar para hacer una salsa, mucho menos un pay; y habrían comido venado no... pavo" (traducción libre).

Durante mucho tiempo me burle de este festejo pues me parecía un pretexto para comer en exceso y ver futbol americano. Pero he ido entendiendo el origen y la razón de esta fiesta y me parece que vale la pena considerarla como algo que vale la pena copiar o, mejor dicho, retomar. Un día dedicado a agradecer lo recibido. Un día dedicado a dar gracias, no a una persona, sino al universo (o a Dios, como lo quieran decir) por todo el bien recibido. La comida y el futbol son pretextos para dar gracias por tener una familia con la cual compartir, por tener amigos, por estar saludables, por tener comida y casa.

En el ir y venir del día a día a veces se me olvida dar las gracias. Olvido ser agradecida por las bendiciones recibidas de tantas formas y maneras. A veces incluso me enojo por no obtener lo que quiero, sin darme cuenta de que eso muchas veces es otra bendición. Así que es agradable tener un día dedicado sólo a dar gracias al universo por todo lo bueno y también por lo malo.

Si ya sé que uno debería ser agradecido todo el tiempo, todo el año, a todas horas. Es igual que el día de las madres o el día del amor y la amistad. Yo tengo mamá todo el año, no sólo el 10 de mayo (fecha en que se celebra en México) y a mis amigos los quiero y los celebro cada que tengo oportunidad. Pero así como guardamos un día para celebrar el amor y la vida, ¿por qué no guardar uno para dar gracias?

¿De qué tengo que estar agradecida el día de hoy? Uff... de tantas cosas. De tener todavía a mi mamá conmigo, pues, a pesar de las discusiones y problemas, honestamente, no sé que haría sin ella. De tener los amigos que tengo, a prueba de balas y cañones. De mi familia, tanto la de sangre como la adoptada. De mi salud, que este año tambaleó un poco y por lo tanto me hice más consciente de su cuidado. De mi trabajo, que a pesar de todo, me ha enseñado tanto y poco de eso tiene que ver con la edición. De haber reencontrado mi amor por la vida, por mi misma y por lo que deseo hacer. De estar a menos de una semana de la titulación. De la forma en que todo se ha ido alineando en los últimos meses. De la gente que he conocido en este año. De haber reingresado a Logosofía. De haber vuelto a ver a mi papá después de casi tres años. De que a veces el universo sabe mejor que yo lo que me conviene. De las citas postergadas y de los encuentros fortuitos. Sobre todo estoy agradecida de estar viva y de sentirme bien. Eso lo vale todo.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Volcán

Estoy lo suficientemente enojada en este momento que podría hacer explotar un país entero o por lo menos asesinar a alguien. Desde la ventana de la oficina puedo ver el Popocatepetl y el humo que lo corona y me siento familiarizada con el volcán. A veces mi enojo es así, una humareda que no me deja y que nubla mi cabeza.

¿Qué me hace enojar?
Muchas cosas. Admito que no soy la persona más paciente y la lentitud o ineptitud de alguien me puede poner muy de malas. Detesto los pretextos idiotas y el exceso de engaño. Entiendo la necesidad de mentir pero cuando es muy obvio me molesta. La gente grosera y maleducada, los que empujan en lugar de pedir permiso, los que no cumplen una cita o con su palabra. Pero todas esas cosas las puedo pasar por alto. La única cosa que nunca he podido entender, perdonar ni aceptar, es la humillación de cualquier tipo. 

Originalmente la palabra humillar tenía que ver con humildad, es decir, con el dejar de lado el orgullo ante otros. Pero la humillación se fue convirtiendo en una forma de castigo y de demostración de poderío: humillar se ha convertido en la forma de quitarle su dignidad a otros. La Historia esta repleta de ejemplos: desde los egipcios que humillaron a los judíos matando a sus hijos primogénitos hasta los nazis poniendo a "trabajar" a los judíos en campos de concentración sin poder, ni siquiera, limpiarse, comer o tomar agua.

En la actualidad los seres humanos hemos llevado la humillación a níveles insospechados: el hombre que maltrata a su esposa; el padre que regaña a sus hijos en público; la maestra que pone las calificaciones reprobadas en rojo ante toda la escuela; el jefe que hace menos el trabajo de sus empleados frente a los demás. Tantos y tantos ejemplos.

Hace mucho tiempo me propuse no hacer nada de eso. No quiere decir que no lo haya hecho alguna vez: es casi seguro que forzada por la situación, alguna vez humillé a alguien y no me siento orgullosa de ello. Pero no es intencional y jamás lo he hecho con premeditación. Cuando daba clases les entregaba calificaciones a mis alumnos uno por uno y nunca hacía publicos sus resultados, especialmente si eran negativos. Me gusta tratar asuntos personales de frente y de preferencia en un lugar privado. Todavía no he tenido a nadie que trabaje para mi, pero hago un esfuerzo por ser amable con mis compañeros.

Hoy alguien trato de humillarme y no me deje. Pero si me enoje, mucho. Tanto que pensé que por fin sería el día en el que mi volcán interno explotaría y mataría todo a su alrededor. Por segundos y lo hace. Al final de la historia, lo único que sucedió fue que perdí el poco respeto que tenía por la persona que lo intentó y no hay peor cosa para una relación (para cualquier tipo de relación) que perder el respeto. Cuando no respetas al otro ya no queda nada. Tal vez lo único que me queda es irme, partir y empezar de nuevo.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Amor perfecto

Amar es una de las cosas más extrañas que hacemos los seres humanos. No lo elegimos y rara vez es un evento tranquilo. Estamos acostumbrados, en general, a relacionar amor con tormentas y fuegos. Todos habrán escuchado alguna vez aquello de "el amor duele" e incluso hay la idea de que los amores más importantes son aquellos que "queman".

Estoy aprendiendo algo sobre el amor ultimamente: puede ser de muchas  maneras y presentarse de muchas formas. Puede durar toda la vida y puede terminar en un momento. Podemos amar a nuestros padres, hijos, hermanos, amigos, parejas. El amor no es único e indivisible. Y el amor es perfectible.

Casi siempre es un amor equivocado, en el que esperamos que la otra persona sea lo que queremos que sea. Esperamos casi sin aliento a que todo lo que anhelamos se haga realidad. A veces, pocas, sucede que la otra persona nos regala un atisbo de ese deseo, un pequeño rayo de esperanza del cual nos sostenemos cada vez que sucede todo lo contrario. Cuando por fin aceptamos que la realidad y nuestra ilusión son completamente diferentes es cuando rompemos las relaciones, viene el llanto, la decepción, el horror.

Ahora, eso no significa que el amor sea algo malo. Significa que el amor necesita no ser ciego, ni tuerto, ni loco. El amor necesita ver el todo y aceptar el todo. Al aceptar al otro (pareja, padres, hijos, hermanos, amigos) como es, con sus virtudes y deficiencias, con aciertos y errores, entonces amamos al otro como es. Yo amo a mis padres como son. Los acepto tal cual son, con sus errores y aciertos. Ya sé que mi papá jamás hará grandes demostraciones de amor y que mi mamá viene con una dosis extra de sensibilidad. Si, a veces me hacen enojar, y hay días en que prefieron no saber nada de ellos, pero nunca, nunca, dejo de amarlos.

Lo mismo me pasa con las parejas desde hace unos años. Cada hombre del que me enamoro lo hago con la conciencia de sus imperfecciones. Al contrario de cuando estaba adolescente –que me enamoraba el potencial de la persona, no la persona en sí– ahora me enamoro perdidamente de lo que alguien es.

Según mi psicólogo a esa forma de amar se le llama "amor perfecto" porque permite amar al otro sin juzgarlo ni exigirle que sea de una forma que no es. Es la versión más saludable del amor y la más difícil de conseguir en uno mismo y en los demás. En mi opinión, y según mi experiencia, es también la forma más honesta y absoluta de amar a alguien; es un amor que puede no tener fin, porque lo que amas es el todo, no sólo algunas partes. Pero también es la versión más difícil y compleja del amor, que puede confundirse con conformismo o con comodidad, y pienso que yo a penas estoy empezando a entender todas sus implicaciones.