lunes, 25 de noviembre de 2013

Volcán

Estoy lo suficientemente enojada en este momento que podría hacer explotar un país entero o por lo menos asesinar a alguien. Desde la ventana de la oficina puedo ver el Popocatepetl y el humo que lo corona y me siento familiarizada con el volcán. A veces mi enojo es así, una humareda que no me deja y que nubla mi cabeza.

¿Qué me hace enojar?
Muchas cosas. Admito que no soy la persona más paciente y la lentitud o ineptitud de alguien me puede poner muy de malas. Detesto los pretextos idiotas y el exceso de engaño. Entiendo la necesidad de mentir pero cuando es muy obvio me molesta. La gente grosera y maleducada, los que empujan en lugar de pedir permiso, los que no cumplen una cita o con su palabra. Pero todas esas cosas las puedo pasar por alto. La única cosa que nunca he podido entender, perdonar ni aceptar, es la humillación de cualquier tipo. 

Originalmente la palabra humillar tenía que ver con humildad, es decir, con el dejar de lado el orgullo ante otros. Pero la humillación se fue convirtiendo en una forma de castigo y de demostración de poderío: humillar se ha convertido en la forma de quitarle su dignidad a otros. La Historia esta repleta de ejemplos: desde los egipcios que humillaron a los judíos matando a sus hijos primogénitos hasta los nazis poniendo a "trabajar" a los judíos en campos de concentración sin poder, ni siquiera, limpiarse, comer o tomar agua.

En la actualidad los seres humanos hemos llevado la humillación a níveles insospechados: el hombre que maltrata a su esposa; el padre que regaña a sus hijos en público; la maestra que pone las calificaciones reprobadas en rojo ante toda la escuela; el jefe que hace menos el trabajo de sus empleados frente a los demás. Tantos y tantos ejemplos.

Hace mucho tiempo me propuse no hacer nada de eso. No quiere decir que no lo haya hecho alguna vez: es casi seguro que forzada por la situación, alguna vez humillé a alguien y no me siento orgullosa de ello. Pero no es intencional y jamás lo he hecho con premeditación. Cuando daba clases les entregaba calificaciones a mis alumnos uno por uno y nunca hacía publicos sus resultados, especialmente si eran negativos. Me gusta tratar asuntos personales de frente y de preferencia en un lugar privado. Todavía no he tenido a nadie que trabaje para mi, pero hago un esfuerzo por ser amable con mis compañeros.

Hoy alguien trato de humillarme y no me deje. Pero si me enoje, mucho. Tanto que pensé que por fin sería el día en el que mi volcán interno explotaría y mataría todo a su alrededor. Por segundos y lo hace. Al final de la historia, lo único que sucedió fue que perdí el poco respeto que tenía por la persona que lo intentó y no hay peor cosa para una relación (para cualquier tipo de relación) que perder el respeto. Cuando no respetas al otro ya no queda nada. Tal vez lo único que me queda es irme, partir y empezar de nuevo.

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