lunes, 28 de noviembre de 2011

Pensamientos

¿Alguna vez han sentido como si sus pensamientos fueran entes vivos que hablan, se mueven, comen y se reproducen? Especialmente aquellos que en lugar de ser útiles al crecimiento y evolución personal parecen designados a obligarnos a ir hacia atrás, a seguir en el mismo lugar, a perder cosas o a meternos el pie. Cuando estos pensamientos toman el mando de la mente parece que nada puede detenerlos: se han amotinado y no hay capitán ni maestre que los detenga. Han sacado el ron y decidieron armar tremendo lío, obligando a la persona a decir y hacer cosas de las que después no se va a sentir nada orgulloso.
A mi me pasa. Como mujer puedo achacárselo a algunos aspectos hormonales por lo menos una vez al mes. Y supongo que está relacionado, pues en los últimos años he descubierto un paralelismo entre una mayor... habilidad para meter el pie y decir cosas que no con la llegada de la menstruación. Tal vez sea cierto y el movimiento hormonal me hace perder el control de los pensamientos en mi mente. Pero también es cierto que al final del día hagan lo que hagan esos pensamientos, la dueña indiscutible de mi mente y de lo que sucede en ella soy yo.
Es muy fácil (lo sé, lo he hecho) achacar un mal humor al SPM (si necesitan saber que significa eso, usen google) o decir que me enojé injustamente porque estaba "cansada". Es cierto, me puede suceder, pero eso no me hace menos responsable, sólo me obliga a tener más cuidado en la siguiente ocasión. Tengo un ejemplo hermoso el día de hoy, bueno, dos: el viernes quedé de ver a mis amigas. De entrada no me hacía mucha ilusión porque andaba muy corta de dinero y no tendría la libertad de pedir lo que quisiera. Además había tenido una semana muy pesada en el trabajo y no me sentía muy bien del estómago. Aún así, fuí con ganas de sentirme mejor. La verdad fue que los pensamientos negativos tomaron por asalto mi mente y no fui capaz de defenderla: me pasé la noche de malas, molesta porque mis amigas estaban en un estado inducido que no me agrada, molesta porque hicieran burlas a mis costillas, molesta porque no llegaron otros amigos, molesta porque tuve que aceptar que me invitaran el café... en resumen, me lo pase fatal. Y eso no fue todo, el resto del fin de semana esos mismos pensamientos, cuando por fin tuvieron tiempo (como me enferme del estómago, estuve en reposo todo el sábado sin mucho tiempo para pensar) continuaron el ataque y hasta esta mañana seguía enojada por cosas que en realidad, y vistas desde la razón, no eran diferentes a tantas otras ocasiones: entre mis amigas a veces nos llevamos algo pesado y nos burlamos cuando alguna hace o dice alguna tontería, también nos decimos las verdades cuando son necesarias aunque no nos gusten; y, aunque no es mi estilo, sé que mis amigas a veces les gusta crearse cierta felicidad con substancias alternas.

No puedo decir que ya detuve a los pensamientos negativos. Esos ahí andan, haciendo ruido, gritando a mis espaldas. ¿Por qué fulanito no me respondió mi mensaje? ¿Qué creen que una le envía correos a todo el mundo? ¿Qué, mi tiempo no es también válido? Y así, gritan y gritan. Sofocarlos es una tarea titánica y por momentos creo que no lo voy a lograr. Pero... me creo mis defensas, levanto de nuevo las paredes que los separan de todos los demás, retomo control del barco y a unos que otros los mando por la borda por insubordinados. Otros siguen ahí, porque se ocultan, pero ya les tocara. Alguna vez leí que González Pecotche (busquen, hijos míos, hagan uso de la internet) hablaba de la mente como una casa donde cada pensamiento era un habitante y los negativos eran como unos hooligans u okupas que llegaban a invadir. Para mi es más sencilla la analogía del barco, además de que tengo una seria debilidad por los navíos antiguos y por las novelas de marinos (sí, desde Moby Dick hasta Capitán de Mar y Guerra). Cualquiera que sea la analogía que más le guste a sus mercedes, lo cierto es, uno es el capitán del barco, el dueño de la casa no el contramaestre ni el invitado. Por eso puedo retomar el timón y controlar el rumbo, pero necesito estar alerta y cuidarme de que no me jalen hasta el fondo. Por eso también soy responsable pues, así como los capitanes se quedan en los barcos que se hunden, y yo no puedo culpar a otros de lo que mi mente crea y saca sin proceso editorial previo.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Cierre

Cerrar ciclos, terminar historias, empezar de nuevo. Todo eso suena conocido y escuchado. Pero, por primera vez en muchos años, en verdad estoy dispuesta a hacerlo. Ponerle punto final a muchas cosas que siguen pareciendo interminables es una manera de pasar la página en mi vida. Una amiga lo llamó la "limpieza de otoño": deshacerse de las cosas que ya no sirven para recibir cosas nuevas.  Esto no sólo tiene que ver con las cosas, también con los afectos, las personas, la vida.

A veces la muerte significa fin y otras significa principio.

La muerte de mi abuelita es un nuevo inicio para mi. Entre más pasan los días, más segura estoy de que debiera estar en otro lugar. He encontrado suficientes razones para quedarme donde estoy y aún así sé que debo irme para seguir con mi vida. No es una decisión fácil y quien crea que lo hago con la mano en la cintura no me conoce, ni conoce mi cintura.
Hablando en serio, no puedo cometer los errores de mis antepasados, no puedo conformarme con lo cómodo en la vida. Bueno, de poder puedo, pero no debiera. No debo. Si lo hago, si me conformo, entonces ¿para qué estoy en este mundo? Quiero hacer tantas cosas, quiero ser tantas cosas: estudiante, maestra, pareja, esposa, madre, ama de casa, escritora, viajera, investigadora, curiosa... pero este ciclo sólo dura tanto y probablemente podré ser sólo algunas de estas, o quien sabe, en una de esas, logro todo en una sola vida. Para hacerlo, primero he de intentarlo. Así que aquí voy a intentarlo y para poder intentarlo necesito cortar todo amarre, toda ancla. Necesito navegar a toda fuerza, con las velas abiertas y sin amarres, dejar que el viento me lleve sin dejar de maniobrar hacia el puerto que quiero tocar.

Para crecer hay que dejar ir. Eso he aprendido. Para empezar hay que terminar lo pendiente. Para abrir nuevas puertas, necesito, sin lugar a dudas, cerrar otras. Poner fin a tantas historias, escribir el capítulo final o por lo menos un "Continuará..." con la esperanza de que tal vez algún día la vida, el universo, Dios, como-le-quieran-decir, decida ponerme en ese camino de nuevo con otra perspectiva. Talvez si regresamos a los mismos lugares pero no de la misma manera, es posible pasar por el mismo río y que nada,  ni el río, ni yo, sea igual.