miércoles, 8 de enero de 2014

A ocho días del año nuevo...

A fines del año pasado, es decir hace una semana, decidí no escribir nada en el blog. Fue una decisión extraña para mi pero necesaria, pues no sabía que escribir exactamente. El 2013 fue un buen año para mi, pero creo que mi mayor problema es que termino muy pronto o empezó muy tarde. Por más que intenté recordar que había sucedido en los primeros meses no lo lograba y sólo tenía fresco en la mente el movimiento externo de los últimos meses, el cual culminó con mi titulación el 4 de diciembre.
Por primera vez puedo decir sin temor a equivocarme que logré cumplir con mis propósitos del año. Reingresé a Logosofía, algo que llevaba "pensando" desde el 2012 pero que hasta el año pasado hice. Me titulé (¡Por fin! diría mi mamá) y aunque no recibí mención honorífica (quel horreur! ¡ja!) fue un muy buen examen. Me inscribí en la maestría en... ¡Suecia! si, Suecia, a miles de kilómetros de aquí, con otra cultura completamente diferente y un idioma extraño. Aprendí a quererme a mi misma, algo que decidí necesitaba hacer antes de ponerme en ninguna dieta o regimen de ejercicio, pues, ¿de qué sirve una dieta si no me quiero como sea?

¿Qué me espera este año?

Honestamente, no lo sé. El año empezó con noticias tristes: mi abuela esta muy grave en el hospital después de una operación que se llevó su pierna izquierda. No hay día que no piense en ella y por primera vez en muchos años me encuentro pidiendo algo a Dios, con la esperanza que uno de estos días ponga atención y haga uno de sus milagros. En estos días he estado recordando tantas cosas sobre ella, como si la presa que sostiene mi memoria tuviera una fuga y me inundara por momentos.

También empecé a recolectar documentos, cartas e información extra para enviar a la universidad donde apliqué para la maestría. Por momentos me siento insuficientemente preparada para lo que quiero hacer y empiezo a pensar que esto no va a funcionar, pero no dejo que el lado más derrotista de mi mente me gane y creo, fervientemente, en algo que vi durante el fin de año "las cosas te encuentran a ti" y a mi me encontró la Universidad de Estocolmo con la maestría perfecta. Es algo extraño esto de juntar los retazos de mi vida para demostrar que merezco entrar en una universidad y continuar mi estudios. Me pregunto ¿quién elige a los que entran? y ¿cuál es el criterio para hacer esa elección?

Luego esta el tema de mi salud... Oh dioses del Olimpo, mi salud. ¿Qué hacer con ella? ¿Tengo buena salud o mala salud? En realidad no lo sé. Decidí que este año llevaría una vida más saludable, lo que implica comer mejor, hacer más ejercicio, dormir más, relajarme, no dejar que el estrés o mis pensamientos más obscuros ganen espacio en mi mente. Lo estoy intentando, pero todavía me falta mucho camino por recorrer. Algo extraño es que sin pedirlo las cosa están saliendo y algunas han "aparecido" en mi camino como por milagro. O como dije en el párrafo anterior "las cosas te encuentran a ti".

Tal vez esa será la frase de mi año nuevo: Las cosas me encuentran a mi. No tengo que salir a buscarlas, pero si trabajar para conservarlas.


lunes, 16 de diciembre de 2013

Bodas

Este año me tocó asistir a dos bodas que no podían ser más diferentes una de la otra.
La primera fue la de dos queridos amigos quienes después de años de vivir juntos y ser padres de un niño y una niña, decidieron unir sus vidas de otra manera no menos permanente. La segunda fue la de un primo mío con su novia de, aproximadamente, tres años.

Las dos fueron bodas por la iglesia, católica. Las dos seguían el tema "blanco y rojo". Hasta ahí llegan las similitudes y trataré de explicar aquí qué las hace tan distintas.

La boda de mis amigos era algo que todos los invitados sabíamos que sucedería algún día. Facebook nos había permitido, a quienes no los vemos tan seguido, saber que se habían "comprometido" y ver detalles de cómo estaban organizando el evento. Dos semanas antes de la boda mi amiga organizó su "despedida de soltera" a la cual asistí con algo de terror que dichos eventos me generan normalmente, pues, me parece una tradición que, en muchas ocasiones, raya en lo humillante. Ese día recibí la invitación formal a la boda: una hermosa bolsita de estraza con una galleta de la suerte dentro en la que estaba el boleto para entrar a la fiesta. Además los novios se encontraron una aplicación con la cual los invitados podían compartir las fotos que tomaran durante la boda.
Pero lo mejor estaba todavía por llegar: el día de la boda llegué temprano a la iglesia y pude estar en segunda fila viendo la hermosa ceremonia. En todas las bodas familiares a las que había asistido no recordaba haber observado el amor que vi ese día entre estas dos personas. Al decir sus votos a los dos se les quebró la voz y había un ambiente tan relajado y feliz entre ambos que no había de otra que sentirse contagiado por ello. Fueron, son, de esas parejas que cuando las vez dices "Eso es lo que quiero para mí". Irradiaban amor y no de manera cursi o empalagosa, sino de misma forma como imagino a las parejas clásicas de la literatura, naturalmente.
Después vino la fiesta y hacía mucho tiempo que no me divertía tanto como esa noche. Rodeada de amigos viendo a otros amigos cumplir con un sueño, me sentía muy feliz de formar parte de ese momento en sus vidas. Ellos habían hecho una fiesta para compartir con la gente que quieren y los quiere el hecho de haber elegido pasar el resto de sus vidas juntos.

La boda a la que asistí el viernes pasado no tenía nada que ver con lo anterior. Primero, fue una boda más "lujosa", repleta de detalles como botellas de burbujas con forma de novio y novia para echar a la salida de los recién casados de la iglesia y una presentación de fotos del noviazgo, incluyendo fotos posadas. Todo repleto de artificio y lujo, un poco excesivo para mi gusto. Creo que el mayor problema durante esa segunda boda, para mi, la pareja más enamorada no eran los novios en el altar sino los padres del novio, mis tíos. En la iglesia, durante la misa, mis tíos se sostenían de la mano y se miraban a los ojos con la certeza que da el amor de años. Después, en la fiesta se dedicaron a atender a sus amigos; quien organizo las mesas, había puesto a los amigos alejados de las familias, rodeados de extraños. Mis tíos los "rescataron" y se sentaron separados con tal de hacerles sentir bienvenidos y queridos. Cuando se pararon a bailar junto a los novios, estaban ellos más enamorados.
Me divertí poco y, honestamente no me sentía como en la anterior pues faltaba algo. Todo era tan... no tengo palabras. Falso, tal vez; sobreactuado y recargado, es posible. Lo extraño fue que, ante mis ojos, y después del ejemplo anterior, la pareja central de este evento no emanaban amor. No sé que es lo que había, pero amor, amor de ese que se ve y se siente nomás de verlo, ese no había. La novia dijo sus votos matrimoniales con voz tan baja que a penas se le escuchaba con todo y micrófono y el único que se veía algo emocionado era el novio, que más bien parecía nervioso.

No, no me sentí contenta en esa boda, y no porque sea una cínica, sino porque las bodas, me parece, que deberían ser hechas con amor y no con dinero. Casarse no es sólo una forma de recibir regalos y hacer una gran fiesta, o por lo menos no debiera serlo. Casarse es comprometerse ante otra persona a amarlo durante toda la vida, una promesa que no es fácil de cumplir y que, a veces, no se logra. La boda de mis amigos me dio gusto porque el amor estaba a la vista y era tangible. La boda de mi primo me dio tristeza porque el único amor visible no era el de los novios.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Día de Gracias

El Thanksgiving es una celebración gringa en la que la gente se reune a comer aquellas cosas que, supuestamente, habrían comido los primeros puritanos junto a los indios que los recibieron. Como diría Ichabod Crane en Sleepy Hollow (serie que, por cierto, si no la han visto vale mucho la pena): "en ese entonces no había azúcar para hacer una salsa, mucho menos un pay; y habrían comido venado no... pavo" (traducción libre).

Durante mucho tiempo me burle de este festejo pues me parecía un pretexto para comer en exceso y ver futbol americano. Pero he ido entendiendo el origen y la razón de esta fiesta y me parece que vale la pena considerarla como algo que vale la pena copiar o, mejor dicho, retomar. Un día dedicado a agradecer lo recibido. Un día dedicado a dar gracias, no a una persona, sino al universo (o a Dios, como lo quieran decir) por todo el bien recibido. La comida y el futbol son pretextos para dar gracias por tener una familia con la cual compartir, por tener amigos, por estar saludables, por tener comida y casa.

En el ir y venir del día a día a veces se me olvida dar las gracias. Olvido ser agradecida por las bendiciones recibidas de tantas formas y maneras. A veces incluso me enojo por no obtener lo que quiero, sin darme cuenta de que eso muchas veces es otra bendición. Así que es agradable tener un día dedicado sólo a dar gracias al universo por todo lo bueno y también por lo malo.

Si ya sé que uno debería ser agradecido todo el tiempo, todo el año, a todas horas. Es igual que el día de las madres o el día del amor y la amistad. Yo tengo mamá todo el año, no sólo el 10 de mayo (fecha en que se celebra en México) y a mis amigos los quiero y los celebro cada que tengo oportunidad. Pero así como guardamos un día para celebrar el amor y la vida, ¿por qué no guardar uno para dar gracias?

¿De qué tengo que estar agradecida el día de hoy? Uff... de tantas cosas. De tener todavía a mi mamá conmigo, pues, a pesar de las discusiones y problemas, honestamente, no sé que haría sin ella. De tener los amigos que tengo, a prueba de balas y cañones. De mi familia, tanto la de sangre como la adoptada. De mi salud, que este año tambaleó un poco y por lo tanto me hice más consciente de su cuidado. De mi trabajo, que a pesar de todo, me ha enseñado tanto y poco de eso tiene que ver con la edición. De haber reencontrado mi amor por la vida, por mi misma y por lo que deseo hacer. De estar a menos de una semana de la titulación. De la forma en que todo se ha ido alineando en los últimos meses. De la gente que he conocido en este año. De haber reingresado a Logosofía. De haber vuelto a ver a mi papá después de casi tres años. De que a veces el universo sabe mejor que yo lo que me conviene. De las citas postergadas y de los encuentros fortuitos. Sobre todo estoy agradecida de estar viva y de sentirme bien. Eso lo vale todo.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Volcán

Estoy lo suficientemente enojada en este momento que podría hacer explotar un país entero o por lo menos asesinar a alguien. Desde la ventana de la oficina puedo ver el Popocatepetl y el humo que lo corona y me siento familiarizada con el volcán. A veces mi enojo es así, una humareda que no me deja y que nubla mi cabeza.

¿Qué me hace enojar?
Muchas cosas. Admito que no soy la persona más paciente y la lentitud o ineptitud de alguien me puede poner muy de malas. Detesto los pretextos idiotas y el exceso de engaño. Entiendo la necesidad de mentir pero cuando es muy obvio me molesta. La gente grosera y maleducada, los que empujan en lugar de pedir permiso, los que no cumplen una cita o con su palabra. Pero todas esas cosas las puedo pasar por alto. La única cosa que nunca he podido entender, perdonar ni aceptar, es la humillación de cualquier tipo. 

Originalmente la palabra humillar tenía que ver con humildad, es decir, con el dejar de lado el orgullo ante otros. Pero la humillación se fue convirtiendo en una forma de castigo y de demostración de poderío: humillar se ha convertido en la forma de quitarle su dignidad a otros. La Historia esta repleta de ejemplos: desde los egipcios que humillaron a los judíos matando a sus hijos primogénitos hasta los nazis poniendo a "trabajar" a los judíos en campos de concentración sin poder, ni siquiera, limpiarse, comer o tomar agua.

En la actualidad los seres humanos hemos llevado la humillación a níveles insospechados: el hombre que maltrata a su esposa; el padre que regaña a sus hijos en público; la maestra que pone las calificaciones reprobadas en rojo ante toda la escuela; el jefe que hace menos el trabajo de sus empleados frente a los demás. Tantos y tantos ejemplos.

Hace mucho tiempo me propuse no hacer nada de eso. No quiere decir que no lo haya hecho alguna vez: es casi seguro que forzada por la situación, alguna vez humillé a alguien y no me siento orgullosa de ello. Pero no es intencional y jamás lo he hecho con premeditación. Cuando daba clases les entregaba calificaciones a mis alumnos uno por uno y nunca hacía publicos sus resultados, especialmente si eran negativos. Me gusta tratar asuntos personales de frente y de preferencia en un lugar privado. Todavía no he tenido a nadie que trabaje para mi, pero hago un esfuerzo por ser amable con mis compañeros.

Hoy alguien trato de humillarme y no me deje. Pero si me enoje, mucho. Tanto que pensé que por fin sería el día en el que mi volcán interno explotaría y mataría todo a su alrededor. Por segundos y lo hace. Al final de la historia, lo único que sucedió fue que perdí el poco respeto que tenía por la persona que lo intentó y no hay peor cosa para una relación (para cualquier tipo de relación) que perder el respeto. Cuando no respetas al otro ya no queda nada. Tal vez lo único que me queda es irme, partir y empezar de nuevo.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Amor perfecto

Amar es una de las cosas más extrañas que hacemos los seres humanos. No lo elegimos y rara vez es un evento tranquilo. Estamos acostumbrados, en general, a relacionar amor con tormentas y fuegos. Todos habrán escuchado alguna vez aquello de "el amor duele" e incluso hay la idea de que los amores más importantes son aquellos que "queman".

Estoy aprendiendo algo sobre el amor ultimamente: puede ser de muchas  maneras y presentarse de muchas formas. Puede durar toda la vida y puede terminar en un momento. Podemos amar a nuestros padres, hijos, hermanos, amigos, parejas. El amor no es único e indivisible. Y el amor es perfectible.

Casi siempre es un amor equivocado, en el que esperamos que la otra persona sea lo que queremos que sea. Esperamos casi sin aliento a que todo lo que anhelamos se haga realidad. A veces, pocas, sucede que la otra persona nos regala un atisbo de ese deseo, un pequeño rayo de esperanza del cual nos sostenemos cada vez que sucede todo lo contrario. Cuando por fin aceptamos que la realidad y nuestra ilusión son completamente diferentes es cuando rompemos las relaciones, viene el llanto, la decepción, el horror.

Ahora, eso no significa que el amor sea algo malo. Significa que el amor necesita no ser ciego, ni tuerto, ni loco. El amor necesita ver el todo y aceptar el todo. Al aceptar al otro (pareja, padres, hijos, hermanos, amigos) como es, con sus virtudes y deficiencias, con aciertos y errores, entonces amamos al otro como es. Yo amo a mis padres como son. Los acepto tal cual son, con sus errores y aciertos. Ya sé que mi papá jamás hará grandes demostraciones de amor y que mi mamá viene con una dosis extra de sensibilidad. Si, a veces me hacen enojar, y hay días en que prefieron no saber nada de ellos, pero nunca, nunca, dejo de amarlos.

Lo mismo me pasa con las parejas desde hace unos años. Cada hombre del que me enamoro lo hago con la conciencia de sus imperfecciones. Al contrario de cuando estaba adolescente –que me enamoraba el potencial de la persona, no la persona en sí– ahora me enamoro perdidamente de lo que alguien es.

Según mi psicólogo a esa forma de amar se le llama "amor perfecto" porque permite amar al otro sin juzgarlo ni exigirle que sea de una forma que no es. Es la versión más saludable del amor y la más difícil de conseguir en uno mismo y en los demás. En mi opinión, y según mi experiencia, es también la forma más honesta y absoluta de amar a alguien; es un amor que puede no tener fin, porque lo que amas es el todo, no sólo algunas partes. Pero también es la versión más difícil y compleja del amor, que puede confundirse con conformismo o con comodidad, y pienso que yo a penas estoy empezando a entender todas sus implicaciones.

miércoles, 16 de octubre de 2013

A Change Would Do You Good


Como dice la canción "un cambio te hará bien" y parece que para mi los cambios vienen en cascada últimamente.

¿Será el corte de cabello? Es algo que me pregunto muy seguido y muy en serio.

No... no creo que sea el corte de cabello, aunque parecería tener relación. O mejor dicho, el corte de cabello no es causa sino consecuencia de una serie de pensamientos que empezaron a tomar forma y por primera vez en muchos años me sentí impulsada a cambiar: cambiar mi vida, mi situación, mi futuro e incluso mi look.

Estoy cada vez más cerca de titularme y por primera vez me siento dueña de la decisión, después de muchos años de sentirme presionada a hacerlo. Ahora la presión no es de fuera sino de adentro de mi. Algo en mi interior me empuja a querer terminar con ese ciclo que tengo abierto desde hace tanto tiempo. Ya no importa que me detuvo sino que sigue. ¿Qué sigue?

Planes, muchos planes. Empezando por renunciar a mi trabajo. Buscar otras cosas más afines con lo que deseo hacer de mi vida. Después estudiar fuera, conocer el mundo, o una parte del mundo distinta a la que ya conozco. Irme lejos, tan lejos como me sea posible para poder crear nuevas historias y nuevos recuerdos. Aquí ya no hay nada que me ate y lo que dejaría serían mis raíces, un lugar para volver, una familia y amigos a quienes escribirles.

Quiero conocer gente nueva. Crear nuevos círculos de amigos. Estudiar cosas distintas en otros lugares. Nuevos idiomas, nuevas caras, nuevos lugares. Quiero cambiar el mapa en mi cabeza y no saber donde estoy.

El cambio me da miedo, no puedo negarlo. Pero sobre todo la sensación que tengo es de... ansiedad. Quiero que suceda y quisiera que fuera ya, hoy, mañana a más tardar, no dentro de tres meses o un año. Ahora. Y tal vez por eso es que me corté el cabello, porque es un cambio inmediato. También por eso estoy regalando mis libros, discos y dvd. Sacando ropa que ya no uso, no me queda o no me gusta. Me estoy deshaciendo del peso y soltando amarras. Porque por primera vez quiero cambiar y sé que me hará bien.

Miedo

Es la sombra que se esconde bajo la cama y tras los armarios. Es la fuerza que nos obliga a mirar hacia abajo desde grandes alturas para después dejarnos agarrados de algo. También es esa sensación en la boca del estómago cuando se toma una decisión importante. Es ese no-sé-qué que hace a hombres adultos regresar sobre sus pasos o a mujeres independientes admitir un yugo inesperado.

El miedo.

Todos tenemos miedo. Eso es algo que me queda muy claro en la vida. El miedo es, en principio, una reacción natural de supervivencia: si algo me da miedo es probable que sea dañino para mi así que intento evitarlo. Supongo (conste que no soy antropóloga) que empezó en la era de las cavernas cuando el hombre se movía y actuaba por instinto; si su instinto decía ¡peligro! le ponía atención porque significaba vivir un día más.

Pero, en algún momento, el hombre empezó a afrontar el miedo y a salir de su caverna y cazar animales más grandes y prender fuego. Empezó a vivir. 

Siguiendo con las suposiciones, me imagino que el instinto de supervivencia continuo estando ahí y algunos hombres decidieron hacerle más caso que otros. Así surgió la famosa "zona de comfort" que en realidad no es otra cosa que una caverna en la cual uno esta cubierto de los peligros externos. A veces es una caverna mental, otras es el trabajo o la escuela, la casa familiar, una relación de pareja o un hábito. Dejar la caverna, la "zona de comfort" es la decisión más difícil en la vida de un ser humano, porque nos obliga a enfrentarnos con nuestros miedos. Con los fantasmas debajo de la cama, con la posibilidad de ser lastimados o de no lograr lo que deseamos.

Yo tengo miedo. Últimamente me doy cuenta de cuanto miedo tengo por las pocas, muy pocas, horas de sueño que logro reunir en una noche, por el vacío que tengo en la boca del estómago y por las historias de terror que me cuento a todas horas. Me dan miedo los planes que estoy haciendo y me encuentro buscándole una hebra suelta al tejido. Pero ya no puedo seguir siendo Penélope, no puedo seguir tejiendo el mismo tapiz una y otra vez, esperando que alguien regrese (o llegue) para volver a empezar mi vida. Es extraño, con lo mal que me cae Penélope (la del mito no la de la canción, esa me da pena) y me vengo a dar cuenta de que he caido en su mismo enredo. Pero yo no espero a un marido que se fue a la guerra y no regresó. Yo espero... ya no lo sé. Supongo que si esperaba a alguien, alguien que no regreso por mi, pero después de un tiempo de esperar se me hizo costumbre y me quede tejiendo la misma historia. Tanto así que casi me convenzo de que esa era mi razón de ser y la actividad de mi existencia.

Miedo. Por momentos me encuentro regresando a tejer (conste que es una metáfora, yo no tejo ni una bufanda en realidad), pero me doy cuenta de que pierdo el hilo. A pesar del miedo, de ese terror nocturno que me hace aferrarme, yo sé que lo que hay afuera, lo que sigue después, no puede ser peor que el estar amarrada a la nada.