miércoles, 16 de octubre de 2013

Miedo

Es la sombra que se esconde bajo la cama y tras los armarios. Es la fuerza que nos obliga a mirar hacia abajo desde grandes alturas para después dejarnos agarrados de algo. También es esa sensación en la boca del estómago cuando se toma una decisión importante. Es ese no-sé-qué que hace a hombres adultos regresar sobre sus pasos o a mujeres independientes admitir un yugo inesperado.

El miedo.

Todos tenemos miedo. Eso es algo que me queda muy claro en la vida. El miedo es, en principio, una reacción natural de supervivencia: si algo me da miedo es probable que sea dañino para mi así que intento evitarlo. Supongo (conste que no soy antropóloga) que empezó en la era de las cavernas cuando el hombre se movía y actuaba por instinto; si su instinto decía ¡peligro! le ponía atención porque significaba vivir un día más.

Pero, en algún momento, el hombre empezó a afrontar el miedo y a salir de su caverna y cazar animales más grandes y prender fuego. Empezó a vivir. 

Siguiendo con las suposiciones, me imagino que el instinto de supervivencia continuo estando ahí y algunos hombres decidieron hacerle más caso que otros. Así surgió la famosa "zona de comfort" que en realidad no es otra cosa que una caverna en la cual uno esta cubierto de los peligros externos. A veces es una caverna mental, otras es el trabajo o la escuela, la casa familiar, una relación de pareja o un hábito. Dejar la caverna, la "zona de comfort" es la decisión más difícil en la vida de un ser humano, porque nos obliga a enfrentarnos con nuestros miedos. Con los fantasmas debajo de la cama, con la posibilidad de ser lastimados o de no lograr lo que deseamos.

Yo tengo miedo. Últimamente me doy cuenta de cuanto miedo tengo por las pocas, muy pocas, horas de sueño que logro reunir en una noche, por el vacío que tengo en la boca del estómago y por las historias de terror que me cuento a todas horas. Me dan miedo los planes que estoy haciendo y me encuentro buscándole una hebra suelta al tejido. Pero ya no puedo seguir siendo Penélope, no puedo seguir tejiendo el mismo tapiz una y otra vez, esperando que alguien regrese (o llegue) para volver a empezar mi vida. Es extraño, con lo mal que me cae Penélope (la del mito no la de la canción, esa me da pena) y me vengo a dar cuenta de que he caido en su mismo enredo. Pero yo no espero a un marido que se fue a la guerra y no regresó. Yo espero... ya no lo sé. Supongo que si esperaba a alguien, alguien que no regreso por mi, pero después de un tiempo de esperar se me hizo costumbre y me quede tejiendo la misma historia. Tanto así que casi me convenzo de que esa era mi razón de ser y la actividad de mi existencia.

Miedo. Por momentos me encuentro regresando a tejer (conste que es una metáfora, yo no tejo ni una bufanda en realidad), pero me doy cuenta de que pierdo el hilo. A pesar del miedo, de ese terror nocturno que me hace aferrarme, yo sé que lo que hay afuera, lo que sigue después, no puede ser peor que el estar amarrada a la nada.

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