miércoles, 31 de julio de 2013

Gato

Cuando era niña mi mamá decía que yo era como un gato. Casi no hacía ruido, me metía en lugares y situaciones de peligro y siempre parecía que tenía más de una vida. Yo agregaría que como los gatos, siempre caigo de pie (metafóricamente hablando), no soy fácil de querer y doy mi cariño a todo aquel que me parezca, hasta que me hacen algo y entonces prefiero dar la media vuelta. También soy sincera con mis afectos pero como buen minino a veces muerdo para decir "te quiero". 

El gato es un animal milenario con mala fama. En la antigüedad se le adoraba como a un dios y se le otorgaron cualidades mágicas de compañía al otro mundo después de la muerte. Con el tiempo su sigilo y calma, sus ojos brillantes y su actitud ante la vida los llevo a convertirse en símbolos de lo oscuro y negativo. Al gato siempre se le ha vinculado con lo femenino y como ese concepto en algún momento a un hombre se le ocurrió que ambos (el gato y lo femenino) eran producto del diablo y debían ser destruidos. A muchas mujeres se les acusó de brujas por tener uno o más gatos en casa y hay un caso de la inquisición en el que quemaron a los gatos de un pueblo junto a sus brujas. 

Ser mujer y ser gato. Yo sí traigo todas las de perder. Aún así me siento afortunada y en los últimos años he ido aprendiendo que ser mujer, formar parte de lo femenino, es un regalo que se desperdicia con mucha facilidad. En algún punto de la historia alguien asoció lo femenino con la debilidad, el dolor y la tristeza, y lo masculino con la fuerza, la alegría y la supervivencia. La realidad es que las mujeres somos tanto o más fuertes que los hombres, afrontamos la vida con mayor entereza y nos amargamos menos con el paso de los años. Ser mujer es un regalo que se nos olvida ver como tal y nos quejamos de el como sí fuera un castigo. Sangramos una vez al mes durante aproximadamente 35 años seguidos, damos a luz de manera dolorosa y nos educan para sentir más y con más fuerza. Pero todas estas cosas que vemos como castigo en realidad son parte del regalo: aprendemos a sentir dolor a muy temprana edad y vivimos con el de forma continúa para que no nos tome por sorpresa; damos vida con todo nuestro ser y la naturaleza es tan sabia que olvidamos el dolor después de haber parido; nuestra sensibilidad está en contacto constante con nosotras, nos aconseja y nos lleva de la mano y, si la dejamos hacer, nunca se equivoca. 

Yo no quiero ser hombre, ni parecerme a uno. Yo. Que conste aquí que es una decisión unitaria y personal. Quiero qué como mujer mis derechos sean respetados y mi persona tratada con afecto. Quiero saber que cada día son menos las mujeres a las que no se les permite el conocimiento, la educación, el amor y el respeto. Quiero el derecho de hacer uso de mi cuerpo como yo considere correcto y que nadie más se sienta con el derecho de decidir por mi. Quiero seguir siendo gato y caer de pie, y ser curiosa y buscar rincones donde el sol brilla todavía. 

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