Llorar es un acto tan humano y personal.
Los seres humanos lloramos desde el primer día y durante nuestros primeros meses de vida, el llanto es nuestro medio de comunicación más efectivo. Después aprendemos a hablar y entonces las lágrimas se convierten en un actor secundario, en un medio para obtener algo o en la manera de expresar aquello para lo que las palabras de nuestro vocabulario no alcanzan a cubrir. En algún punto de la vida aprendemos a aguantar el llanto como señal de fuerza, como si dejar de llorar nos hiciera capaces de aguantar más. Pero siempre, sin excepción, regresamos al llanto.
Yo aprendí hace muchos años a aguantar mis lágrimas y guardarlas en algún rincón de mi cuerpo. Mi abuelita lo hacía y mi madre lo hace. Las mujeres de mi familia son de llorar poco y de manera discreta. Nada de ponerse a berrear en medio de un funeral o llorar a mitad de una boda. Yo siempre he sido un poco más llorona que ellas, supongo que como en todo, el gen ha ido disminuyendo su influencia. De todas formas cuando fue el velorio por mi abuelita mi madre me dijo "ni una lágrima" y ni una sola salió de mis ojos, por lo cual ayer, en medio de una misa de comunión el agua fluyó por mis mejillas y por más que intenté no pude dejar de hacerlo. Fue un llanto callado, pacífico, en honor de mi abuelita que habría sido feliz de estar ahí con nosotras y de convivir con su familia.
Después, mucho después, horas después en un momento que parecía sacado de otra vida, llegué a mi casa y me puse a llorar. Ahora si lloré con todo mi cuerpo, con mi voz y con mis ojos. El llanto era desgarrador e imparable. Una ola de sentimiento que inundó mis ojos y mi cuerpo y no me dejo ya en toda la noche. Por momentos lograba detenerla pero después regresaba, a veces calmada y en otras como tromba. Mi cuerpo se deshacía de todo el peso guardado durante meses, años tal vez. Lloraba por mi, por las cosas que deseo y que no he hecho, por la vida que quiero vivir y que a veces parece lejana, por las mentiras y los engaños, por la ilusión rota y la realidad tan absoluta. Lloré por tantas cosas a la vez, parecía algo de nunca acabar. Pero al final se me terminaron las lágrimas y pude dormir unas cuantas horas. Dormí poco y no muy bien, pero me siento fuerte y tranquila. Era un llanto necesario, útil y contenido por demasiado tiempo.
Una amiga mía dice que el llanto contendio se convierte en agua estancada y me pregunto si no sería el caso con mis lágrimas. Lágrimas guardadas por meses, talvez años, que por fin encontraron una grieta y la convirtieron en puerta. Hoy me siento tranquila, libre. Sin pantanos ni charcas en mi interior. Con la calma de quien sabe a donde va y que es lo que quiere.
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